El Anciano de las Barbas
En
Atoyatempan se
encuentra, precisamente, una montaña de medianas
dimensiones a lo alto, pero de bastante longitud hacia lo largo, y a quienes
muchos conocen y que nos lleva de la mano a los tiempos míticos del México
mágico y misterioso:
Allá en la noche de los
tiempos, cuando el hombre aún no existía, los dioses y semidioses poblaban el
mundo y hacían su vida como cualquier ser humano, con pasiones, con errores,
con alegrías y con infortunios. Cuenta la leyenda que había un dios llamado Tentzon, cuyo nombre
significa "Anciano de barbas", y cuya edad
rebasaba la memoria conocida. Era uno de los dioses más antiguos y poco se
sabía de su origen. Sin embargo, un día,
Tentzon se enamoró de una de las hijas más jóvenes y más bellas de los dioses. La dulce
Malintzin, cuyo nombre proviene de las voces náhuatl Malin (que es el nombre
que en lengua indígena se da de modo general a todas las mujeres y que
significa Madre) y Tzin (que significa Señora o Princesa).
Cuenta la historia que,
precisamente por tratarse de un dios muy viejo, los demás moradores del cielo
se negaron a que hubiera cualquier relación entre él y la joven Malintzin. Como
era tradición, Tentzon nombró un Embajador para que pidiera su mano a los
señores del universo. El embajador fue un dios también muy viejo y cuyo nombre
era precisamente ese: Huehuechiki o Embajador, pero que ahora se conoce como El
Pinal, y que es un cerro muy alto en forma de pino que se encuentra ubicada en la región de Nopalucan y Lara Grajales, al oriente del estado de
Puebla. Cuando conocieron de la petición de Tentzon, los dioses-como ya se
dijo-se reunieron a parlamentar tres días y tres noches, y llegaron a la
conclusión de que se trataba de un dios muy viejo para una muchacha tan joven y
linda, por lo que se negaron a dicha reunión.
Cuando el Huehuechiki le
transmitió la respuesta a Tentzon, éste se desgarró de dolor, y tristeza fue
tan grande, que la dulce Malintzin se conmovió y apiadó de él, despertando en
su corazón la llama del amor. La doncella, entonces,
se dirigió a los señores del cielo para que le dieran una oportunidad al
anciano de las barbas, pero se negaron rotundamente, pues además, una diosa
tenía prohibido realizar una petición de tal naturaleza. Y ahora fue Malintzin
quien rompió en amargo llanto. Los señores del universo, que no habían conocido
un dolor tan grande y un amor tan extraño, se conmovieron y decidieron darles
una oportunidad, así que colegiaron y, tras deliberar, mandaron a llamar al
Huehuechiki para darle su veredicto.
Como ni siquiera los dioses
podían romper sus propias reglas, determinaron que la prueba que les iba a poner a los enamorados debía ser muy
difícil para que nadie de ellos pudiera exponerse a un castigo. La prueba para
Malintzin sería llorar hasta que sus lágrimas formaran una corriente tan grande
que pudieran arrastrar todo aquello que encontrara a su paso.
La prueba para Tentzon sería impedir que la corriente siguiera creciendo. Para
ello, debería cubrirla con su cuerpo, pues no podría usar piedras, tierra ni
ningún material más que su propio ser. El castigo sería que, si ella no lograba
formar una corriente con su llanto, y que si él no lograba detener dicha
corriente o ésta llegaba a burlarlo y escurrir por algún lado, serían
confinados al firmamento y separados para siempre.
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